Nadie nos prepara para ser madres o padres

No hay manual, ni instrucciones, ni un camino trazado que garantice que lo haremos “bien”.
Y ese no saber —ese vértigo de tener en las manos algo tan grande y tan frágil a la vez— hace que afloren nuestros mayores temores.

Cuando el miedo toma el mando, dejamos de criar desde la calma y empezamos a reaccionar desde la pura emoción: desde el cansancio, la culpa, la frustración, la herida.
Y sin darnos cuenta, en lugar de acompañar, controlamos.
En lugar de comprender, exigimos.
En lugar de mirar a nuestro hijo tal como es, nos defendemos de lo que sentimos frente a él.

Para quienes tenemos hijos con comportamientos desafiantes, esta experiencia se vuelve aún más intensa.
Porque si ya es difícil mantener la calma con un niño “tranquilo”, mucho más lo es cuando sentimos que nada funciona, que todo se sale de control.

Y aunque cueste creerlo, muchas veces lo que ocurre es que nos trasladamos —sin darnos cuenta— a nuestra propia infancia.
Volvemos a ser ese niño o niña indefensa, desbordada, que no fue acompañada en su emoción.
Nos vemos frente a nuestro hijo, cuando en realidad estamos frente a nuestro propio dolor no resuelto.

Por eso, criar no solo se trata de guiar a nuestros hijos.
Criar también es mirar hacia adentro, abrazar a ese niño que fuimos y aprender —quizás por primera vez— a acompañar desde el amor, no desde las heridas.

En mi caso, he atravesado distintos procesos terapéuticos a lo largo de la vida, y reconozco que cada uno de ellos me ayudó a trabajar una capa distinta de muchas que llevaba dentro.
Pensemos en que somos como una cebolla, con muchas capas hasta llegar al centro. Abrir cada una conlleva lágrimas, y también nos hace más livianos y vulnerables, en la mejor acepción: la vulnerabilidad que nos hace humanos.

En algún momento tuve que trabajar mi niña interior y también necesité integrar el cuerpo.
Aprendí que las emociones no solo “se piensan” o “se comprenden”, sino que también se sienten físicamente.
Cuando una emoción no es registrada, validada ni expresada, queda alojada en el cuerpo, acumulando tensión o bloqueo.
Y con el tiempo, esos lugares no procesados se convierten en detonantes automáticos: momentos en que reaccionamos sin entender por qué.

Trabajar desde lo corporal —respirar, habitar el cuerpo, escuchar sus señales— fue clave para poder reconocer mis emociones antes de que se transformaran en reacciones.
La calma no viene solo de “controlarse”, sino de reconectar con uno mismo de manera completa: mente, emoción y cuerpo.

Criar, entonces, no solo es guiar a nuestros hijos.
También es mirar hacia adentro, abrazar a ese niño que fuimos y aprender —quizás por primera vez— a acompañar desde el amor, no desde el miedo.

Lo que ocurre en nuestro cerebro cuando somos padres o madres

Convertirse en madre o padre activa un auténtico “remodelado” del cerebro.
La oxitocina, la hormona del vínculo, se eleva, la amígdala se sensibiliza para detectar peligros y proteger y las áreas vinculadas al cuidado y la empatía se expanden.
También aumenta el estrés y la vulnerabilidad emocional.

Esto explica por qué, ante el llanto o la frustración de un hijo, podemos sentir reacciones intensas: nuestro cerebro interpreta la situación como una amenaza.
Cuando además esas emociones tocan heridas antiguas —rechazo, exigencia, miedo al abandono—, se activan patrones automáticos que nos desconectan del presente.

Como explica Daniel J. Siegel, autor de El cerebro del niño, la calma del adulto es el ancla emocional del niño.
No podemos ofrecer regulación si estamos desregulados.

Cinco pasos para criar desde la conciencia y no desde el miedo

1️⃣ Identifica el disparador.
Observa en qué momentos pierdes la calma: ¿cuando tu hijo no obedece? ¿cuando te ignora? Nombrar el disparador es el primer paso.

2️⃣ Conecta con la emoción oculta.
Detrás del enfado suele haber miedo, culpa o sensación de no ser suficiente. Pregúntate: ¿qué me duele realmente en esta situación?

3️⃣ Escucha a tu niño interior.
Podés escribir o cerrar los ojos e imaginar: ¿qué necesitaba ese niño que fuiste? ¿Qué te hubiera ayudado entonces?

4️⃣ Respira y responde distinto.
No se trata de “no enfadarse”, sino de pausar antes de reaccionar. A veces, tres respiraciones conscientes bastan para cambiar el tono.

5️⃣ Celebra los pequeños logros.
Cada vez que logres responder desde la calma, reconócelo. Criar desde el amor también es reconocer tu propio avance.

Cuando los comportamientos son desafiantes

Rabietas, gritos, impulsividad, negativa constante…
Estos comportamientos suelen ser formas inmaduras de expresar una emoción que el niño aún no sabe regular.

Si los vemos como “provocaciones”, responderemos con control.
Si los vemos como “llamados de ayuda”, podremos responder con acompañamiento.

Algunas estrategias útiles:

  • Escucha activa: valida la emoción antes de corregir la conducta.
  • Límites asertivos: firmeza sin gritos (“Entiendo que estás muy enfadado, aunque no puedes pegar”).
  • Aliento positivo: nombra y celebra lo que sí funciona.
  • Y si sientes que nada basta, busca apoyo profesional, no estás solo, y hacerlo a tiempo es ganar calidad de vida para todos.

Mirar hacia adentro también es un acto de amor

Criar desde la conciencia no es criar sin errores.
Es aprender a detenernos, a mirar qué parte de nosotros reacciona y a elegir otra forma de estar presentes.
Cuidar de nuestro hijo empieza por cuidar del adulto que somos hoy y del niño que fuimos ayer.

Recursos para seguir explorando

📚 Libros recomendados

🎧 Podcast / Video

🪞 Preguntas para reflexionar

  • ¿Qué conducta de mi hijo me cuesta más aceptar?
  • ¿Qué historia de mi infancia se activa cuando me siento fuera de control?
  • ¿Qué me gustaría hacer distinto esta semana?

Aquí te dejo un mini plan de 7 días para acompañar el cambio

Día 1 → Observa sin juzgar una conducta de tu hijo.
Día 2 → Registra la emoción que te genera.
Día 3 → Escribe qué necesitaba tu “yo niño” en esa situación.
Día 4 → Practica una pausa antes de responder.
Día 5 → Ofrece contención sin controlar.
Día 6 → Habla con otro adulto sobre lo que sentiste.
Día 7 → Reconoce un avance y agradécelo.

Criar desde el amor no es hacerlo perfecto.
Es hacerlo presente.
Y ese, sin duda, es el mejor legado que podemos dejar.

Si este texto resonó contigo y sientes que quieres profundizar en tu camino de crianza consciente, puedes dar el siguiente paso:
💬 Busca acompañamiento terapéutico o espacios de mentoría donde puedas trabajar tus emociones, tu historia y tus reacciones desde un lugar más amoroso.

Porque cuando sanamos nosotros, también sanamos la forma en que criamos.
Y eso transforma no solo la infancia de nuestros hijos, sino también la nuestra.

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