La desconexión

Cuando un hijo nos desafía, nos alejamos.
Cuando nos grita, nos alejamos.
Cuando nos rechaza, nos alejamos.

Y es totalmente normal.
No porque no lo amemos —lo amamos profundamente—, sino porque algo dentro de nosotros se activa: nuestro instinto de supervivencia.
Nos protegemos del rechazo, del dolor que provoca sentir que ese pequeño ser que más amamos en el mundo parece no necesitarnos, o incluso rechazarnos.

Y entonces, sin darnos cuenta, nos distanciamos.
A veces físicamente, a veces emocionalmente.
Respondemos con silencio, con control, con rigidez, con desbordes.

No porque seamos malos padres o madres, sino porque algo en nosotros se defiende.
Eso que ocurre ahí, en ese microsegundo en que dejamos de ver al niño y empezamos a sentir la amenaza, es la desconexión.

Es fundamental entender que no es un rechazo hacia nosotros, sino a lo que les estamos proponiendo en ese momento, a una situación que no saben cómo manejar, a una emoción que los desborda.
No es personal.
No saben hacerlo de otra manera.

Y aunque parezca una obviedad, entender esto cambia todo.
Porque cuando logramos verlo así, algo se ablanda adentro.
Podemos respirar antes de reaccionar.
Podemos acercarnos en lugar de alejarnos.
Podemos sostener, en lugar de defendernos.

Y solo entonces, cuando elegimos quedarnos incluso en medio del caos, la desconexión empieza a transformarse en vínculo.

Cómo reconectar paso a paso

1. Detente y respira

Antes de responder, haz una pausa.
La respiración profunda activa el sistema nervioso parasimpático, ayudándote a bajar la intensidad emocional.
Tres respiraciones conscientes pueden marcar la diferencia entre una reacción impulsiva y una respuesta amorosa.
La pausa es un acto de poder interior, no de debilidad.

2. Nombra lo que sientes

Di mentalmente: “Estoy frustrada”, “Me siento rechazada”, “Tengo miedo”.
Nombrar la emoción ayuda al cerebro a regularla.
Solo cuando puedes identificar lo que sientes, puedes elegir cómo actuar.
Nombrar es domar: al poner palabras, el cerebro se calma.

3. Valida antes de corregir

Antes de explicar o poner límites, valida la emoción de tu hijo:

“Veo que estás muy enojado. Debe ser difícil sentir eso.”

Validar no significa permitir todo, sino mostrar comprensión.
Y cuando el niño se siente comprendido, su sistema emocional se calma más rápido.
Un niño escuchado aprende a escucharse.

4. Ofrece límites con empatía

El límite no es castigo, es contención.

“Entiendo que estás enfadado, aunque no puedes pegar. Vamos a buscar otra forma de descargar ese enfado.”

La firmeza y la amabilidad pueden coexistir.
El límite no apaga el amor, lo ordena.

5. Repara después del conflicto

Cuando la tormenta pasa, habla de lo ocurrido.

“Ayer los dos nos enojamos. Quiero que sepas que te amo, incluso cuando estoy molesta.”

Estas conversaciones fortalecen el vínculo y enseñan que los errores se pueden reparar.
Reparar enseña que el vínculo es más fuerte que el error.

Ejercicios para reconectar

Abrazo de 20 segundos: el contacto físico sostenido libera oxitocina, la hormona del vínculo.

Rituales de conexión: leer juntos, una caminata, una charla antes de dormir. La rutina genera seguridad.

Tiempo uno a uno: dedica 10 minutos diarios solo para compartir, sin pantallas ni correcciones.

Reflexión nocturna: antes de dormir, recuerda un momento difícil del día y repítete:

“Estoy aprendiendo a acompañar, no a controlar.”

Cuándo pedir ayuda

Si notas que las discusiones son constantes, que pierdes el control con facilidad o que te sientes desconectada de tu hijo durante largos periodos, buscar acompañamiento profesional no es señal de debilidad, sino de amor y responsabilidad.

Un espacio terapéutico o de mentoría puede ayudarte a sanar tus heridas y encontrar estrategias para sostener desde la calma.

    en_USEnglish